Siempre escuche al experto
Hay días en los que la consulta parece un desfile de ocurrencias más que un encuentro médico. Ahí estaba él, un paciente con esa mezcla de inocencia y tranquilidad que solo los consejos vecinales pueden otorgar.
—”Doctor, es que se me olvida la pastilla fíjese”— me confesó con aire de quien narra una travesura.
—”¿Y qué hace cuando se le olvida?”— le pregunté con curiosidad médica y un poco de resignación anticipada.
—”Pues, me tomo un ajo.”
Ahí estaba la revelación, sencilla y rotunda. Como si el ajo, ese humilde bulbo, hubiera sido ascendido al rango de medicamento por algún comité vecinal secreto.
—”¿Y quién le recomendó el ajo?”— indagué, ya con la ceja arqueada.
—”Una vecina”— respondió con naturalidad, como si su vecina tuviera un doctorado en fitoterapia por correspondencia.
—”¿Y su vecina es médico?”— insistí, ahora más intrigado por la lógica que por el ajo.
—”No”— contestó, sin rastro de duda.
—”Entonces, ¿por qué le hace caso si no es médico?”—
El hombre se encogió de hombros y me miró como si yo fuera el raro por cuestionar la sabiduría popular. Ah, los pacientes y sus vecinas; verdaderos coprotagonistas de esta tragicomedia diaria al que llamamos: Ejercicio de la Medicina en El Salvador.
-“Mi pueblo muere por falta de conocimiento”- (Oseas 4:6).
