Un día relajante en familia

Un día relajante en familia

Cada vez que visitamos esa playa, hacemos una parada obligatoria en Izalco para disfrutar de unas deliciosas pupusas de comal. Samy siempre me pide que pasemos por el parque para jugar en los columpios y toboganes.
 
En esta ocasión, al llegar al parque, nos encontramos con un niño de unos 7 años, de tez morena y cabello azabache, muy amigable y conversador. Lo curioso es que estaba descalzo, probablemente había dejado sus zapatos fuera del área de juegos. Con una destreza impresionante, se subía a los barrotes como si fuera el mismísimo hombre araña. Aunque me preocupaba su seguridad, no podía evitar admirar su valentía.
 
Samy, mi hijo, no podía competir con las habilidades de este niño, pero rápidamente se hicieron amigos. Los niños tienen esa capacidad especial de conectarse sin prejuicios ni discriminación. Pronto se les unieron otros dos niños, un niño y una niña de unos 5 años, ambos hablaban con fluidez y confianza. Descalzos y con mugre entre sus dedos.Los niños me pidieron que los subiera a los barrotes, miré a mi alrededor buscando a sus padres. La niña me señaló a lo lejos y dijo que estaba vendiendo chores su mamá. Les ayudé a subir uno por uno a las barras.
 
Después de un rato, Samy propuso ir al trampolín y salió corriendo hacia él. Sin embargo, los otros niños dudaron, sabían que había que pagar para usarlo. Les aseguré que yo pagaría y subieron emocionados. Fue maravilloso verlos saltar y reír juntos, disfrutando cada instante como si fueran amigos de toda la vida.
Cuando decidieron bajar del trampolín, el niño me señaló a la señora que vendía dulces y me hizo un gesto como pidiéndome que le comprara algo. Se los compré, y en eso apareció el padre:-” No, no,no,no. Deje eso ahí”-. Enseguida le dije:-” No se preocupe. Yo se los compro”-. Comenzamos a platicar mientras veíamos a los niños divertirse.
 
Samy y yo les dimos un regalo a los dos hermanitos, y a al primer niño que encontramos. El niño grande, cuando lo vio, sonrió, no podía creerlo. Le dije:-“Puedes llevarlo a tu mamá si quieres”-, y nos fuimos.
 
No me gusta contar ningún tipo de gesto, pero también es bueno transmitir a los demás lo importante de tener un corazón dadivoso, especialmente hacia los niños y ancianos. Dejar la indiferencia, y desarrollar un corazón Samaritano. Dar un poco de lo mucho que hemos recibido es una excelente forma de agradecimiento a Dios, y a la vida.

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