Cosas con las que estoy de acuerdo
Estoy de acuerdo en que la vida debe ser un equilibrio. Generar capital, trabajar y prosperar es esencial, pero no a costa de lo que realmente importa: la salud, la familia, los hijos que crecen sin pausa, los padres que envejecen en silencio, los amigos que necesitan de nuestra presencia. ¿De qué sirve la abundancia si, al alcanzarlo, perdemos todo lo demás?
Estoy de acuerdo en que el trabajo es necesario—“el que no trabaja, que no coma”, dice la Escritura—, pero también en que hay que medir las horas, respetar los límites que nuestro cuerpo y nuestra mente nos imploran. “Todo en exceso es malo”, repetía la abuela, y cuánta razón tenía. Lo entendemos cuando el agotamiento nos cobra la factura, cuando aparece el cáncer, cuando llega un infarto fulminante que nos obliga a detenernos, cuando aparece una apoplejía, cuando el cuerpo se rinde y la mente se nubla.
Estoy de acuerdo en que el dinero es importante: La luz, el agua, la comida… y quién sabe, quizá un día hasta el aire tengan precio. Pero no nacimos para ser esclavos del trabajo. No se trata de vivir para trabajar, sino de trabajar para vivir. ¿No se supone que somos libres?
Estoy de acuerdo en que ayudar a los demás es un deber, pero también en que la ayuda debe ser un puente, no una cadena. La dependencia tóxica no solo debilita al que recibe, sino también al que da. Ayudemos, sí, pero con sabiduría, sin robarle a otros la oportunidad de aprender a sostenerse.
Estoy de acuerdo en aspirar a más, pero también en preguntarnos si ese más es realmente necesario o si solo es un espejismo del consumismo. Muchas veces, lo que anhelamos no es más que un intento de llenar vacíos emocionales, de disfrazar inseguridades con cosas que brillan pero no sanan. Antes de desear, antes de comprar, antes de endeudarnos por sueños prestados, deberíamos preguntarnos:
—¿Es una necesidad real?
—¿De verdad necesito cinco autos?
—¿Es imprescindible cambiar de coche cada año?
—¿Vale la pena un viaje exótico que pagaré en veinte años con intereses que me robarán la paz?
“Aquella noche Dios se apareció a Salomón y le dijo: ‘Pide lo que quieras que yo te dé’. Y Salomón respondió: ‘Dame sabiduría y conocimiento’… Entonces Dios le dijo: ‘Porque esto estaba en tu corazón y no has pedido riquezas, ni bienes, ni gloria, ni la vida de tus enemigos, ni siquiera larga vida, sino sabiduría para gobernar, te será concedida’.”
La pregunta es inevitable: ¿Qué estamos pidiendo nosotros?
Porque, con esa respuesta, sí estoy de acuerdo.
